La simpatía a la guerrilla no sólo respondía a las visiones personales de los redactores, que Timerman no compartía, sino a la adhesión que despertaba en el público. El rumbo que parecía estar tomando el mundo justificaba sobradamente esa reacción. Apenas tres años antes había sido el Mayo Francés, el Che había sido asesinado, crecía la oposición a la guerra de Vietnam. La radicalización era visible en las universidades, que se liberaban de la represión del onganiato con una explosiva energía militante. Las páginas de Educación referían invariablemente discusiones ideológicas y luchas internas.
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Para la clase media intelectualizada y para los militantes peronistas e izquierdistas, la revolución era inminente. Esa perspectiva acercaba a dos viejos enemigos, la izquierda y el peronismo. La peronización de la clase media había comenzado en los años sesenta, como había consignado Primera Plana; una década más tarde, la clase media se había corrido hacia la izquierda y un amplio sector recuperaba a Perón por su carácter maldito durante las dictaduras militares. Roberto Grabois, líder del Movimiento de Bases Peronistas, decía en La Opinión que el peronismo planteaba "un programa de liquidación del capitalismo: nacionalización de la banca, el comercio exterior y los recursos clave de la economía, y la construcción de un Estado apoyado en la movilización de las masas". Desde Madrid, Perón apoyaba, con guiños, a la guerrilla.
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Tan a la izquierda estaba la sociedad que Lanusse definió su gobierno como "centroizquierdista" durante un discurso en Lima. La Opinión sostuvo con sarcasmo que la autodefinición constituía "sin duda, una precisión desconocida hasta ahora en la terminología oficial".
En TIMERMAN, El periodista que quiso ser parte del poder.
(Más que una biografía, un libro de historia)
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